El Holocausto según la visión de la Torá
- Zalman Grunman ZG Libros de Judaísmo
- 11 jul 2023
- 15 Min. de lectura
Del libro Vivir como Judío
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EL HOLOCAUSTO
La tremenda tragedia que azotó a nuestro pueblo en la Segunda Guerra Mundial, es un tema difícil de encarar.
Rabí Itzjak Zeev Soloveitchik zt"l, cuya mujer y sus tres hijos fueron asesinados en el Holocausto, solía guardar silencio cada vez que alguien abordaba este tema. Cuando los dos hijos de Aharón Hacohén perecieron en el Santuario, en medio de la alegría por la inauguración del Tabernáculo, la Torá testimonia (Levítico 10:3): "Y Aharón guardó silencio", aceptó el decreto Divino con amor y guardando silencio. Fue recompensado por esto. En ausencia de todo otro alegato, es preferible callar y admitir: "Nosotros somos sólo seres humanos, nuestro entendimiento es limitado, ¿somos acaso dignos de entender el Dictado de la Voluntad Divina?".
De todos modos, no escasean quienes intentan explicar las causas de lo sucedido. Muchos judíos, desahuciados por la incomprensión, lamentablemente se alejaron en aquella época turbulenta, del cumplimiento de la Torá. Abandonaron la fe en D', cuestionándose perplejos: ¿Cómo D' permitió que los enemigos del pueblo de Israel hicieran a su antojo con Sus hijos? Sin embargo, el Jafetz Jaim afirmaba: "Quien cree en D', no formula ninguna pregunta, en tanto que quien reniega, ninguna respuesta le satisfará".
El Holocausto no fue la primera tragedia que azotó a nuestro pueblo. La historia está llena de persecuciones, genocidios, expulsiones, decretos crueles de los setenta lobos contra la oveja cándida. Pero, nos consta que en esas épocas los judíos nunca cuestionaron la Conducción Divina. Siempre hicieron introspección indagando cuál era la transgresión causante y cómo habrían de enderezar sus caminos para fortalecerse en el cumplimiento de la Torá. Siendo que, el ser humano nunca podrá entender el Juicio Celestial, toda pregunta está de más.
Es sabido que, cada vez que el pueblo de Israel padecía algún sufrimiento, se decretaban ayunos, rezos públicos y se sopesaban las vías de corrección moral y espiritual.
El hombre contemporáneo, en cambio, se autoestima tan inteligente que presume entender el Juicio Celestial, lo cual lo conduce a plantear: "Entenderé el porqué de la Conducción Divina o renegaré de Su existencia". Quien se deja influenciar por el ambiente materialista reinante orientando sus pensamientos sólo por los estrechos callejones del raciocinio humano y se conduce según la rectitud humana, osa juzgar al Creador, lo culpa y decide renegar de Su existencia.
En cambio, quien cree en D', reconoce su propia insignificancia como ser creado, anula su entendimiento ante el Decreto Celestial y ni se le ocurre cuestionar Su Conducción.
Se relata acerca del Gaón de Vilna zt"l que al fallecer su hija en víspera de su boda, él recibió el decreto Divino con amor. Posteriormente, de Los Cielos le revelaron por medio de un sueño que le aguardaba una gran recompensa por haber recibido los sufrimientos con amor y si pudiese apreciar el imponderable valor de dicha recompensa, bailaría de alegría por ese sufrimiento como habría bailado en el día de la boda.
Nuestro pueblo sufrió grandes padecimientos a lo largo de la historia: exilio y crueldad. Los sufrimientos más cercanos en el tiempo nos hacen olvidar los sufrimientos anteriores. Las Diez Tribus, casi el ochenta por ciento de nuestro pueblo, fueron exiliados y no conocemos su paradero hasta el día de hoy. Según las estimaciones, en la época de la destrucción del Segundo Templo Sagrado casi el noventa por ciento del pueblo sucumbió por la espada, el hambre, la sed o las torturas. Fuimos perseguidos por los romanos, los bizantinos, los musulmanes y los cristianos. En 1292 fuimos expulsados de Inglaterra, un siglo después de Francia, en 1492 de España y Portugal. En cada una de estas expulsiones, nuestros hermanos exiliados fueron torturados, asesinados, saqueados, etc. Hace tres siglos, las hordas del cosaco Jmelnitsky -que sea borrada su memoria- masacraron con crueldad inaudita, trescientos mil judíos de Polonia y Rusia, comunidad tras comunidad, trescientos cuarenta y cinco comunidades. En 1917 se prohibió a los judíos de Rusia cumplir la Torá y muchos de quienes la cumplieron pagaron con sus vidas. Miles fueron enviados a Siberia y nada se supo de su destino. En el año 1939 empezó el Holocausto, donde más de seis millones de judíos fueron asesinados, sin que nadie abriera la boca. No bastarían las hojas para continuar esta sinopsis.
En Alemania, la asimilación se expandía por doquier. Moisés Mendelsson afirmaba: "Sé judío en tu casa y hombre cuando salgas". Aconsejó a sus amigos judíos afeitarse y cambiar la vestimenta típica judía por la moda de los gentiles. Sostenía que el exhibir los rasgos judíos es aliciente para el antisemitismo. Afirmaba que los judíos tenían que ver en Alemania su propia patria y demostrar fidelidad ciudadana.
En la Primera Guerra Mundial numerosos judíos cayeron en el frente, orgullosos de sacrificar sus vidas por la patria. Esta misma Alemania, la cima del mundo civilizado moderno, asesinó cruelmente a más de seis millones de judíos, hombres, mujeres, niños y ancianos, entre ellos a sus fieles ciudadanos. La conclusión que salta a la vista es que la asimilación no soluciona el antisemitismo, al contrario, lo despierta. Los alemanes conscientes de que los judíos intentaban asemejarlos e integrarse a su sociedad, se dispusieron a impedirlo por fuerza de opresión económica, de leyes de segregación y finalmente, en los campos de exterminio. Las demás naciones nos valoran cuando nosotros respetamos nuestra tradición y nos oponemos a los casamientos mixtos. Los judíos nos asemejamos al aceite de oliva que nunca se junta con el agua.
El intelecto humano se resiste a entender el sadismo de los nazis en la época del Holocausto. Hubo casos en los cuales los nazis hicieron cavar a cientos de judíos, sus propias tumbas y los enterraron vivos, divirtiéndose al oír el clamor desesperado de las víctimas.
La única explicación es que el odio antisemita es eterno e irracional, se funda en la intolerancia de quienes son reacios e incapaces de admitir que El Todopoderoso haya elegido a un pueblo -al pueblo judío- para hacer reposar Su Presencia y difundir Su Verdad en el seno de la Creación. Es un odio que los incita a anhelar ver el nombre de Israel borrado del mundo y si no fuera porque D' nos cuida de ellos milagrosamente, ya nos habrían exterminado hace tiempo. No obstante, cuando Su Voluntad lo permite, ellos se comportan con más salvajismo que las bestias. La conducta de los nazis en la guerra nos demuestra hasta qué punto puede degradarse la humanidad.
Quien supone que cuando el partido nacional-socialista tomó el poder en 1933, todavía no era decididamente antisemita y recién más tarde se tornaron peligrosos y programaron el genocidio de los judíos, se equivoca por completo. El antisemitismo en Alemania, abierto y declarado sin reparos, había comenzado en el siglo XIX con el afianzamiento en el parlamento de un partido cuyo lema declarado era la repulsa a los judíos.
El nazismo desde un principio planeó exterminar a los judíos. El líder alemán -que sea borrada su memoria- en su libro "Mi Lucha" escribe explícitamente que su objetivo primordial es borrar a los judíos de la faz de la tierra. Por este odio, estuvieron dispuestos incluso a perder la guerra. Cuando los aliados empezaron a avanzar y el ejército nazi precisaba trenes para transportar provisiones, soldados y armamentos al frente, los generales se dirigieron al líder para solicitarle que les facilitare los trenes que llevaban a los judíos a los campos de exterminio. Pero se negó, alegando que con semejante pedido ellos demostraban no entender que el principal propósito de la guerra era exterminar a los judíos. Los historiadores incluyen la falta de trenes entre los principales factores de la derrota del ejército alemán.
Es más, aún mientras huían de los aliados, los nazis asesinaban a los judíos que quedaban en los campos de exterminio. ¿Es acaso normal que quien huye para salvar su vida se demore para matar a prisioneros desarmados inofensivos?
El entonces jefe del catolicismo, adalid de la religión de "amor y misericordia", estaba bien al tanto de lo que ocurría en Europa, pero sin embargo se abstuvo de reprochar a los nazis. Si hubiese hablado, sin duda muchos católicos habrían ayudado a salvar a los judíos, pero prefirió guardar silencio.
Éstos y demás acontecimientos en pleno siglo XX demuestran que todo lo sucedido estaba dirigido por la Providencia Divina y no fueron meras casualidades. Sólo cuando cumplimos la Torá estamos protegidos, pero cuando aflojamos su cumplimiento nos sometemos a ser perseguidos por el enemigo. No obstante, no tenemos permiso para afirmar que determinadas transgresiones hayan sido las causantes del Holocausto.
No escasean quienes conjeturan todo tipo de explicaciones de índole política a lo sucedido en esa época, con el objetivo de propulsar intereses personales. Lo único que logran es pisotear la memoria de las sagradas víctimas. Varios líderes judíos de entonces difundieron el falso mito de que los rabinos ortodoxos, quienes no exhortaron a emigrar a la Tierra de Israel, causaron indirectamente la muerte de millones de judíos.
Ellos se cuidaron de revelar que el gobierno británico había delegado en sus manos encargarse de los judíos que deseaban venir a la Tierra de Israel. No permitieron que más de un sexto de los judíos ortodoxos ingresara al país y falsificaron la verdad intencionalmente, para ocultar que realmente fueron los responsables de no haber salvado más judíos europeos. Aquellos dirigentes no tienen derecho a lavarse las manos y excusarse: "Nuestras manos no derramaron esta sangre, nuestros ojos no vieron". Repetidos intentos de convocar un comité para investigar los actos ilegales de ciertos dirigentes políticos de ese entonces fracasaron, hasta el punto de que por ley se prohibió convocarlo.
En el año 1943 cuando decenas miles de judíos morían de hambre o eran asesinados en los campos de exterminio cada día, divulgó uno de los líderes laicos la siguiente declaración: "Me solicitan que enviemos dinero para salvar la vida de los judíos europeos, a lo cual respondo: "No. ¡Eso desplazará la importancia del asentamiento sionista a un segundo plano!".
En su momento se divulgó por todos los medios de comunicación que Eichman, - sea borrada su memoria- le ofreció a los activistas judíos un tratado secreto que salvaría la vida de casi un millón de judíos, con la condición de que no emigraran a la Palestina de ese entonces. El susodicho político se opuso alegando que no era de interés salvar vidas judías para que migrasen de un exilio a otro, la única solución aceptable era ir a la Tierra de Israel y formar el Estado de Israel. Finalmente, casi todos perecieron en los campos de concentración.
Uno de los más conspicuos dirigentes, quien habría de ocupar posteriormente uno cargo clave en el gobierno del nuevo estado, reconoció que no tenía ningún interés en salvar la vida de los judíos europeos, sólo aceptaba dos millones de jóvenes, puesto que los más adultos y ancianos, acarreaban un lacre económico y social. Otro de los más influyentes directivos laicos de la colectividad norteamericana vedó a setenta mil judíos ortodoxos el ingreso a los Estados Unidos, alegando que eso provocaría serios problemas de antisemitismo. Rudolf Kastner fue juzgado en Israel por su comprobada colaboración con los nazis. El juez israelí dictaminó: "¡Este hombre vendió su alma al Diablo!". Si bien no hacemos una generalización que incluya a todos los dirigentes, no hemos de olvidar que los mencionados anteriormente y otros cuantos de sus colegas, se esforzaron por ocultar toda esta información, no hallando otra salida que la ridícula pretensión de acusar a los rabinos ortodoxos. Veamos en cambio, cómo realmente se condujeron los líderes ortodoxos de ese entonces y cómo trataron de salvar a sus hermanos judíos.
El Holocausto dio lugar a miles de historias inspiradoras -historias acerca de la tenacidad de los judíos que estuvieron dispuestos a ponerse en peligro para poder cumplir los preceptos y los principios del judaísmo, actos que a menudo les valieron perder la vida.
En Sosnowitz, el rabino de la comunidad, el Rab Ieshaiá Englard, fue incluido en la lista de los deportados al campo de concentración. En el último momento, el capo judío que había confeccionado la lista, se ofreció a sacar al rabino del tren. Éste indagó si algún otro judío había de ser incluido en su reemplazo, al oír respuesta afirmativa, se negó a bajar del tren[1].
El Rab Shuster de Sokolov fue torturado por los nazis para que revelase la lista de los judíos habitantes de la ciudad. Obviamente se rehusó, le pegaron, le arrancaron la barba, lo hirieron y lo arrastraron por las calles de la ciudad para intimidar a los presentes que veían cual era el castigo a quien se negara a colaborar. De todos modos, permaneció firme y no les obedeció.
Lamentablemente, todavía hay quienes, alegando que la práctica del judaísmo entorpece sus vidas, deciden abandonar el cumplimiento de la Torá. Algunos concurren a la sinagoga una vez por año, en el Día del Perdón, como si ello fuera suficiente. Sus hijos, al no haber recibido educación observante desde pequeños, se alejan todavía más del judaísmo y contraen matrimonio con no judíos. La ideología nazi pregonaba que, incluso si el padre de uno de sus abuelos había sido judío, se consideraba judío y era condenado a muerte. ¡Es imposible quitarse el yugo del judaísmo!
Hay quienes cuestionan: ¿Cómo D' permitió que seis millones de judíos, entre ellos, niños y bebés que no cometieron ninguna transgresión, padecieran tanto sufrimientos y fueran asesinados tan cruelmente? Se trata de la misma gente que cuestiona por qué le suceden tales o cuales percances en la vida cotidiana, por qué uno es rico y otro pobre, uno enfermo y otro sano, uno tiene éxito y otro fracasa, uno es inteligente y otro tonto.
Estas preguntas las hemos venido oyendo de antaño: ¿Dónde está la Justicia Divina cuando uno goza de la vida mientras que otro sufre? Particularmente, también quienes cumplen la voluntad Divina padecen severos sufrimientos no menos, e incluso más que aquellos que incumplen los preceptos de la Torá. Estas preguntas no atañen solamente a lo ocurrido en el Holocausto, sino a todo el quehacer cotidiano.
El Jafetz Jaim comparaba este fenómeno con quien observa cómo un sastre va cortando un traje con las tijeras, aparentemente lo está arruinando. El sastre lo invita a aguardar hasta que culmine la confección, y al ver la prenda terminada, entenderá que la estaba confeccionando. Análogamente, responderemos "Cuando los Sabios destruyen, están realmente construyendo", D' rompe para remendar; lo aparentemente negativo, es en esencia positivo.
Ciertamente, esta clase de preguntas sólo pueden ser formuladas por quienes niegan que cada persona ha de ser recompensada o castigada por sus actos y desconocen al Mundo Venidero. No obstante, hemos de tener claro que el entendimiento humano es limitado. El intelecto, si bien ayuda para vivir en este mundo, está imposibilitado de percibir el más allá.
Puesto que D' creó al hombre, es obvio que a éste le corresponde agradecerle según sus posibilidades.
Este mundo es el umbral ante el Mundo Venidero y su único objetivo es proporcionar a los seres humanos los medios que le ayuden a adquirir su parte en el Mundo Venidero, es decir, el cumplimiento de la Torá.
Leemos en la Ética de nuestros Padres (Final del cap. 4): "Contra tu voluntad fuiste creado y contra tu voluntad naciste". El alma se rehúsa a abandonar su mundo celestial para bajar a este mundo, para morar dentro de un cuerpo mundano, a quien sólo le interesa saciar sus apetitos triviales. Es D' quien decide enviarla a este mundo y le fija de qué manera adquirirá su parte en el Mundo Venidero. Algunas almas le decreta riqueza y felicidad, mientras que a otras, pobreza y sufrimientos.
Si bien los nazis serán castigados severamente en el otro mundo por la sangre derramada, las almas de los asesinados fueron enviadas a este mundo para padecer sufrimientos físicos y así ameritar al Mundo Venidero. No cabe cuestionar, por qué fueron justamente ellas escogidas, así como no cabe cuestionar por qué uno nace judío y otro no. Sólo cuando venga el Mesías entenderemos lo ocurrido en ese entonces. Quien sabe que será recompensado por su sufrimiento, no se atormenta demasiado por éste, así como quien escala una montaña elevada, no se queja de las dificultades del ascenso ni le fastidian, porque sabe que al final llegará a la meta. Cada sufrimiento que D' haya sometido a Su pueblo, no se ve como algo malo o cruel, sino que juzga los hechos objetivamente. Cada dolor y cada penuria no son sino bondades que conducen a la recompensa a recibir en el Mundo Venidero. También las almas de los asesinados le agradecerán entonces, por haberlos escogido para santificar Su Nombre.
El Gaón de Vilna, en cierta oportunidad, les describió a sus alumnos los grandes castigos que aguardan al alma de quien transgrede la Voluntad de D' al abandonar este mundo. Cada transgresión es escrita y tendrá que rendir cuentas por cada una de ellas. Los alumnos prorrumpieron en llanto, uno de ellos se desmayó y enfermó.
El Gaón de Vilna fue a visitarlo, para confortarlo le comentó que se había olvidado de revelarles que en la práctica cada gota de sufrimiento o preocupación en este mundo nulifica varios de los castigos que el alma transgresora merecería.
Según lo expuesto, se comprende por qué muchos de quienes ni bien se acercan al cumplimiento de la Torá, enfrentan contratiempos. Es porque D' limpia sus previas transgresiones mientras se hallan todavía en este mundo. No hemos de mortificarnos en demasía por las almas de aquellos que murieron en el Holocausto, ellos ya no sufren, sino que están contentos. Lo que sí podemos hacer por ellos actualmente, es tomarlos como ejemplo.
La reflexión acerca de aquellos héroes que en condiciones tan adversas no renunciaron al cumplimiento estricto de los preceptos de la Torá, nos alienta a ser firmes en nuestra fe en D', aún en situaciones críticas. Eso es lo que ellos esperan de nosotros: que transmitamos las enseñanzas de la Torá a las futuras generaciones. Ellos hicieron su parte, nosotros haremos la nuestra.
Otra explicación a las causas de aquellos acontecimientos, nos dan los sabios avezados en los secretos de la reencarnación. La Kabalá enseña que el alma reencarna reiteradamente hasta que llegue a su compleción. Generalmente, ha de padecer sufrimientos para completarse y regresar a su fuente de origen, pura e íntegra. No nos explayaremos al respecto.
Por comodidad, la gente prefiere desentenderse del alma para disfrutar de este mundo, sin ninguna clase de limitación. No toman en cuenta la recompensa eterna que recibirán aquellos que cumplen los preceptos de la Torá y relegan al olvido los castigos que recibirán en el Infierno aquellos que la abandonan.
Acerca de la recompensa de quienes fueron asesinados por el mero hecho de ser judíos y entregaron sus vidas, está escrito (Isaías 64:3): "Ningún ojo vio, excepto El Todopoderoso", ni siquiera los entes celestiales llegan a tal nivel.
Hay quienes se cuestionan por qué D' determinó que el genocidio, afectara justamente a aquellos países donde había un número considerable de observantes de la Torá y no a otros países, donde el índice de asimilación era mayor. Si bien, no podemos comprender Sus Cálculos, sí podemos conjeturar que D' escogió a los judíos íntegros, quienes se mantendrían firmes en su fe en momentos críticos, para que el sacrificio de sus vidas se elevare con gracia hasta el Trono de Gloria.
Los Rabinos en el Gueto de Varsovia publicaron previo a ser aniquilados: "El Führer tiene fuerza para quitarnos la vida en este mundo, para torturarnos y asesinarnos, a nosotros y a nuestros hijos, pero de ninguna manera podrá arrebatarnos del Mundo Venidero. ¡No abandonaremos a D' y a Su Torá! ¡Nos mantendremos fieles a D' hasta el último momento!".
Mayor es la recompensa que aguarda a quienes cumplen la Torá, precisamente al estar sumidos en sufrimientos. Hasta hace unas décadas, había judíos en Rusia que estudiaban Torá diariamente, arriesgándose a que si los descubrieran serían enviados a trabajos forzados en Siberia.
Reflexionemos: En épocas en que los judíos padecían hambruna y quien se levantaba a la mañana no sabía si llegaría vivo hasta la noche, incontables judíos manifestaron su fidelidad a la Torá y la cumplieron con abnegación, mientras que hoy en día, aunque reina la abundancia, hay quienes todavía abandonan la Torá, excusándose en lo que ocurrió durante el Holocausto.
Hay quienes formulan la pregunta: ¿Acaso habrá otro Holocausto? No estamos en condiciones de responderla, ni positiva ni negativamente. Quien estudia los versículos de la Torá, se entera de los padecimientos predeterminados para el pueblo judío en la Época Mesiánica. ¡Quizás todo eso ya haya ocurrido en el Holocausto! ¡Quién sabe!
Podemos asegurar, no obstante, que la forma de impedir otro Holocausto, no es abandonando el cumplimiento de la Torá. Porque si abandonaremos el cumplimiento de la Torá, D' no se conducirá con nosotros de manera milagrosa, como la oveja que se salva de setenta lobos.
Varias naciones aún aguardan el momento en que puedan exterminarnos. Quien supone que sólo los nazis nos dañaron durante la Segunda Guerra Mundial, se equivoca. La verdad es que también polacos, húngaros, ucranianos y otros, se alegraron de la oportunidad de ayudar a los nazis y cometieron atrocidades que ni se pueden escribir. Nosotros, los judíos, no estamos seguros en ningún lugar, ni en ninguna época. Los gentiles siempre nos acusan de provocar guerras, de oprimir a los pobres, etc. Somos la oveja negra de la humanidad y de vez en cuando llevan a la práctica sus nefastas inclinaciones.
El Holocausto nos enseña que ni la asimilación es la solución, ni tampoco la idea de que el único precepto que tenemos que cumplir actualmente es habitar en la Tierra de Israel. Solo D' nos ayuda. Aquellos que yerguen monumentos en recuerdo de las víctimas del Holocausto, pero abandonan el cumplimiento de la Torá, se equivocan. El único monumento que los honra es que cumplamos la Torá por la cual ellos dieron sus vidas. Ellos quisieron exterminarnos como pueblo, aquellos que se asimilan completan su plan.
Si actualmente hubiese profetas, escucharíamos de ellos sus reproches, nos advertirían de arrepentirnos hoy mismo, puesto que quizá mañana sea tarde. Por nuestras transgresiones, nuestro pueblo sufrió los padecimientos del Holocausto. Quienes incumplen la Torá ponen en peligro a todo el pueblo.
Ciertamente, después del Holocausto, nuestro pueblo se fortaleció, porque la adversidad nos puso de manifiesto que no somos meramente otra más de entre las naciones del orbe. No obstante, mayor provecho que derramar lágrimas en memoria los mártires -quienes disfrutan actualmente de la Presencia Divina- obtendríamos si nos aplicáramos en aprender de sus actos, en enorgullecernos de ser judíos, de haber sido escogidos por D' como Su Pueblo; si nos empeñáramos en no degradarnos a las bajezas de nuestros verdugos. Así como cuando D' nos castiga, no hay castigo que se le iguale, tampoco cuando nos salva, no hay salvación que se le iguale. Por lo tanto, es de nuestra mayor incumbencia, retornar al cumplimiento de la Torá: ella nos protegerá de todo sufrimiento, a nosotros y a nuestros descendientes. Si nos proponemos cumplirla hoy, cuando gozamos de holgura mundana, no se hará necesaria otra vez aquella clase de pruebas. ¡Que veamos en breve, el advenimiento del Verdadero Mesías y la Presencia Divina retornando a Jerusalén, Amén!
[1] Citado por el Rab Iosef Elias en The Jewish Observer, Octubre 1977, Dealing With “Churban Europa”:


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